Jardines que se comen
Los huertos urbanos se han convertido en un fenómeno global
Los expertos lo asocian a la crisis y al deseo de conectar con la tierra
La periodista y escritora británica Tessa Evelegh
creció entre las flores y las verduras que cultivaba su abuela y
adoraba comer las zanahorias tiernas recién desenterradas, y los
guisantes de sus vainas. Con una larga carrera profesional dedicada al
periodismo de Estilo y tras una treintena de libros ahora publica El
huerto para principiantes. Siembra, recoge, conserva (Salamandra), un volumen que se inspira en el programa de la BBC Two The Big Allotment Challenge,
que recorre el ciclo vital de cultivo de verduras y flores, hasta que
estas se convierten en ornamento, o aquellas se sirven en la mesa.
Basta un vaso con una semilla de rúcula para
que de ahí broten una docena de hojas. Este es un ejemplo del que puede
ser el huerto urbano más pequeño del mundo. Lo explica Josep María
Vallès, un ingeniero agrónomo pionero en manuales de horticultura
casera, con títulos ya clásicos como El huerto urbano: manual de cultivo ecológico en balcones y terrazas (Ediciones del Serbal).
Cuando él comenzó a cultivar en su casa e idear mesas para tal fin hace
más de una década, relata, “se le reían en su cara”. Después de
inaugurar la página horturbà.com,
lo bombardearon a preguntas. La tendencia del huerto sigue en auge en
ciudades y pueblos españoles, con cultivos en lugares comunitarios o
caseros, en tamaños y recipientes insospechados, desde una botella de
plástico al neumático de un vehículo… Un boom que, sin embargo, tiene
dimensiones globales y que los expertos asocian, entre otras razones, a
la crisis.
“[En Inglaterra] a la gente se le animaba
durante el periodo de guerra a cultivar tanto en jardines como en
parcelas, pero una vez acabado se vio como una actividad dura, propia de
gente mayor”, relata Evelegh vía correo electrónico. “En España el
fenómeno se ha reforzado por la multicrisis, social, económica o
territorial, y no solo se da en ciudades”, indica el profesor Raúl
Puente Asuero de la Universidad Pablo de Olavide,
que investiga los huertos urbanos en Andalucía. Y da cifras sobre su
aumento en esta región: en 2008 había ocho huertos comunitarios. A fecha
de hoy, existen más de 250. Puente piensa que en esta afición existe
algo de evolutivo, por la fuerte tradición agrícola en España, pero, al
mismo tiempo, estamos hablando de una revolución. La horticultura ya no
es cosa de los mayores o del mundo rural. En el perfil de horticultor
caben los urbanitas, los jóvenes, gente con estudios superiores. Y se
trata, dice, de un fenómeno que está aquí para quedarse.
El taller Monta tu huerto ecológico en un recipiente en el Centro de Educación Ambiental El Huerto de El Retiro,
del Ayuntamiento de Madrid, está prácticamente al completo una mañana
de mayo. Una veintena de personas de distintas edades y por distintos
motivos sigue con atención las explicaciones del horticultor Alberto
Díez. Hay casi igual número de hombres que de mujeres. El proyecto lleva
en marcha tres años y es un éxito, afirma Rafael Ruiz, del Departamento
de Educación Ambiental. Las listas de espera y los números –de 4.000
participantes en 2012 a los 7.000 de 2014-–son prueba de ello.
La salud y el sabor están a la cabeza de las
razones para hundir las manos en la tierra. “La gente desea saber de
dónde procede su comida”, arguye Evelegh, que añade la importancia de
cortar las hortalizas y comerlas en el momento para que conserven todos
sus valores nutritivos. La ausencia de pesticidas o productos químicos
es otro factor de peso.
“El placer de cultivar con tus propias manos un
alimento no tiene precio, es una actividad muy relajante”, indica
Javier Franco, fundador de El Balcón Verde
de Barcelona, que organiza talleres de horticultura urbana. El proceso
en sí es clave porque, como explica Josep María Vallès, “el tiempo es un
beneficio, no un coste”. “Hay algo universalmente satisfactorio en ver
cómo crece una pequeña planta”, añade Evelegh. A estos motivos acompañan
los beneficios de esta “soberanía alimentaria”: “No es una cuestión
bucólica”, asegura el investigador Raúl Puente, que destaca la
repercusión positiva en la economía local, o la regeneración de la
tierra consecuencia de los huertos comunitarios.
Un ambiente de alegría sobresale en el taller
de El Retiro. “Estadísticamente, los horticultores son el grupo más
feliz con su trabajo en Reino Unido”. La periodista Tessa Evelegh cree
que todos los humanos somos creativos por naturaleza, pero hemos perdido
habilidades. “Cuidar de las plantas nos hace conectar con la vida a un
nivel fundamental. Hay estudios científicos que demuestran que una
bacteria en el suelo, la mycobacterium vaccae, libera la hormona de la
felicidad, la serotonina”.
Pero la tarea de cultivo depende de muchos y complejos factores que
van desde el sustrato, la clemencia de las temperaturas, el sol, el
riego, o las enfermedades. “Y las dudas al principio son muchas, estamos
tan desconectados de la naturaleza que este proceso nos resulta
extraño”, recuerda Javier Franco de El Balcón Verde. La autora de El
huerto para principiantes. Siembra, recoge, conserva no pone paños
calientes a tanta promesa de felicidad verde y se dirige a estas
dificultades en su libro: “La horticultura es una ciencia complicada, el
comienzo puede resultar agobiante por lo que muchos dejan de
intentarlo. Es mejor empezar de forma simple. Mis favoritos para ese
arranque son los tomates, las judías pintas y los calabacines”. Y
recurrir a las plantas al principio en lugar de a las semillas “si no se
tiene el espacio, la paciencia o la confianza suficientes”.La belleza de las verduras
F. G. L.
El huerto para principiantes. Siembra,
recoge, conserva de Tessa Evelegh realiza un despliegue de hermosas
fotografías de jardines, frutas, verduras, y después los productos o la
decoración que de ellos resulta. La estética y traducir lo complicado a
simple son máxima de la autora. “Lo práctico produce su propia estética.
Flores como las caléndulas o los narcisos ayudan a controlar las
plagas… Incluso en un jardín de flores, las hortalizas pueden lucir
preciosas. Los calabacines tienen unas fabulosas hojas verdes y,
sorprendentemente, vistosas flores amarillas. Las judías pintas producen
una masa de flores rojas en una parra trepadora que es maravillosa… Son
tan atractivas que, cuando fueron importadas por primera vez a
Inglaterra hace cientos de años desde Centroamérica, se usaban como
decoración en los jardines. ¡No fue hasta la mitad del siglo XVIII que
un jardinero del Chelsea Physic Garden pensó en probarlas!”.
EL PAÍS
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