martes, 27 de junio de 2017

HISTORIA

La ridícula Batalla de Ciempozuelos: irlandeses franquistas contra falangistas canarios


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Jaime Noguera

En 1937, en el municipio madrileño de Ciempozuelos, se produjo uno de los enfrentamientos más exóticos de nuestra Guerra Civil. Si bien todos hemos oído (algunos incluso lo hemos leído) que soviéticos, alemanes e italianos apoyaron a uno u otro bando y que en el ejército de Franco había muchos marroquíes, pocos han escuchado hablar de la participación en nuestra contienda fratricida de la Brigada Irlandesa.  Se  trató de un grupo de centenares de voluntarios irlandeses que apoyaron a la causa fascista durante la Guerra Civil Española. y que, en una ocasión se enfrentó en feroz combate, durante una hora, a una unidad del mismo bando del suyo. No sabemos como se dice “gafe” en gaélico, pero, a juzgar de la historia operativa de esta unidad formada por ultra católicos, parece que tenían uno encima del tamaño de su isla.
A los irlandeses llegados para salvarnos del comunismo no les pagamos el viaje, les vestimos tan mal que los tirotearon, se los comieron los piojos, pasaron más frío que pelando rábanos, no aguantaron nuestro aceite de oliva y son recordados más por sus peleas tabernarias en la retaguardia que por su paso por el frente.

“¡ Al infierno con esos comunistas españoles!”
Corría el año 1936 y tras el alzamiento militar en España los periódicos de la muy católica Irlanda, tras comprobar que algún republicano que otro se tomaba al pie de la letra el adagio de Kropotkin “ la única iglesia que ilumina es la que arde”, crepitaron con titulares en los que advertían sobre el peligro satánico que suponía la posible victoria del comunismo en España.
Rápidamente se llamó desde la Iglesia Católica Irlandesa a lanzar una cruzada contra los “enemigos de la cristiandad” en nuestro país. Como leemos en el blog Norte de Irlanda, Monseñor Fitzgerald, el obispo irlandés de Gibraltar, animó a ello declarando:”Se trata del porvenir de la religión del orden y del bien, no solo para España, sino para una gran parte del mundo”.
En Drogheda ciudad irlandesa y lugar nacimiento de Pierce Brosnan, el cardenal Mac Rory, se preguntaba si “España será, como lo fue siempre, una tierra cristiana y católica o si va a ser una tierra bolchevique y hostil a Dios.
La guinda del pastel se ponía al otro lado del océano, en la muy irlandesa Nueva York. Allí,  el Cardenal Hayes denunciaba a “los enemigos sanguinarios y diabólicos de Dios y de su iglesia”. Había consenso entre entre las fuerzas más reaccionarias del joven país y los hiberno-estadounidenses en que había que defender a la Cristiandad, así que el General Franco se convertía en una especie de arcángel salvador al que había que apoyar. Se hicieron diversas colectas para sufragar, por ejemplo, la compra y envío de ambulancias al lado “nacional”.

“Que venía yo, mi Caudillo, a ofrecerle voluntarios irlandeses”
Ante este escenario histérico, el líder fascista irlandés Eoin O’Duffy (creador de los Camisas Azules, el equivalente a los infames Camisas Pardas de Hitler pero en su versión Isla Esmeralda) vio que se le abría una excelente oportunidad para aumentar su prestigio y su poder en Irlanda, por lo que, ni corto ni perezoso, se plantó en España para reunirse con varios líderes rebeldes y ofrecer  a Franco una unidad especial de aguerridos soldados irlandeses. Aquí se reunió
Mola, tras una reunión con el Caudillo en la que informó sobre el ardor guerrero de O’Duffy y sus hombres, le anunció que aceptaban la oferta. El irlandés, en lugar de gritar simplemente ¡mola! , según Requetes.com, le respondió “Veo el espíritu de una gran nación que se alza tan duro como el acero templado, para defender de nuevo, como España tantas veces lo hizo en el pasado, la gloria de la civilización cristiana frente a los asaltos de bárbaros y paganos (…) Irlanda hará todo lo que pueda para ayudar a su amiga y aliada histórica en la Cruzada gloriosa que conduce con tanto éxito”. (Siempre me ha asombrado el verbo florido de estos individuos, oiga. ¡Qué manera de argumentar, sin trastabillarse ni un ápice!).

“¡Apuntaros, que nos vamos para España!”
Para finales de 1936, ya se habían presentados 7000 voluntarios para venir a España. De ellos fueron seleccionados 700 y en 1936 estaba listos para partir hacia nuestro país. Entonces el Parlamento de Dublín, preocupado por la situación, votó en trámite de urgencia una ley que prohibió a todo ciudadano irlandés acudir a combatir a España bajo pena de multa y encarcelamiento. Sin embargo, con la iglesia topaba el parlamento, que no se atrevió a hacer nada para impedir la partida del primer buque cargado con carne de cañón fresca para Franco. Barco que fletó O’Duffy con su propio dinero, ya que los españoles (dice la Wikipedia) nos hicimos los remolones a la hora de pagar.

“¡Oiga, que contra los vascos no luchamos, que nos caen bien”
Un dato curioso es que O’Duffy solicitó a Franco que su unidad de voluntarios no entrase en combate con nacionalistas vascos, por ser estos fervientes católicos (perro no come perro) y tener estos “tanto derecho a la separación de España como los seis condados del Ulster”.
El dictador en ciernes aceptó esta condición del patrocinador de la expedición, pero no aceptó que los irlandeses se integrasen en los regimientos de los Requetés (los ultra-católicos nacionales, de los que Franco no se fiaba demasiado), así que estos acabaron en las filas del Tercio.

Del Ferrol a Cáceres
Estaba los estibadores de El Ferrol tan tranquilos tomándose un café cuando llegó un barco cargadito hasta los topes de irlandeses con la garganta más seca que un bocadillo de polvorones. Eran los voluntarios de O’Duffy. Alguien debió de ponerse nervioso y llamar por teléfono a la autoridad pertinente
Oiga, que hay aquí unos señores que hablan raro, no paran de preguntar por un tal Guiness y quieren saber cómo se llega al frente.
¡Ostras, los irlandeses! ¿Han venido? ¡Qué pesados son! Diganles que ahora mismo les mandamos unos camiones.
Los hijos de Irlanda fueron llevados a Cáceres, en Extremadura, donde recibieron entrenamiento y fueron equipados con unos uniformes alemanes que cogían polvo en el cuartel y que fueron tintados de verde clarito. En estos colocaron unos pins con unas harpas plateadas. Imaginamos que para que en los bares les pusiesen la cerveza adecuada.
La monumental ciudad les acogió bien. Su banda de gaiteros (llamada Banda de Gaiteros Anti Comunistas de Santa María) actuaba en las procesiones y las autoridades decoraron algunos edificios con su bandera nacional. Pero, según lo escrito en algunas de las memorias años después, el alcohol hizo pronto estragos entre los voluntarios. Hubo una pelea que se saldó con la muerte de un magrebí y la detención de algunos irlandeses. Y es que estos últimos tenían unas ganas tremendas de darse de tiros contra los “rojos ateos”.
Pero no todo iba a ser darle al mollate, flirtear con las locales y darse de piñas hasta caer exhaustos, no. Los irlandeses recibieron orden de dirigirse al muy transitado frente del Jarama.  Quizás para dejar buen sabor de boca, antes de marchar al frente, los voluntarios entregaron al prelado cacereño 1.500 pesetas «para sus sacerdotes».

La Batalla de Ciempozuelos o jarana en el Jarama
El 16 de febrero de 1937, los irlandeses sufrieron su bautizo de plomo. Durante una hora entera con sus sesenta minutos se desarrolló un furioso tiroteo en Ciempozuelos. Los O’Ryan, los O’Sullivan y los Murphy se batieron con esmero contra las arremetidas del enemigo asaltante  Cuando el polvo y la cordita se extinguieron, comprobaron con estupor que habían tenido su primer combate contra… una columna de falangistas canarios. Igual fue el color raruno de los uniformes, pero aquella tontada de confusión le costó la vida, según Historia de Iberia Vieja, a cuatro irlandeses y, según el artículo en inglés de la Wikipedia, de trece desgraciados canarios.

“¡Hasta aquí llegó la shit!”
Tras la gran cagada de Ciempozuelos, los irlandeses tardaron casi un mes en volver a entrar en combate. Durante esos días les pasó casi de todo. Ataques de artillería, de francotiradores (a un tal Tom McMullen tuvieron que amputarle una pierna, tras recibir un disparo) y de postre, el mal tiempo. Llovió a cántaros y las trincheras se convirtieron en bañeras de barro frío. Ante la falta de ropa de recambio, algunos soldados tuvieron que llevar el mismo uniforme hasta doce semanas. Y por si fuera poco, los colchones donde intentaban dormirse eran una verbena de piojos.
A pesar de esto, el 13 de marzo de 1937 los irlandeses volvieron a la acción- Esta vez lanzaron una maniobra de distracción contra las tropas republicanas de la Novena División en el municipio madrileño de Titulcia. Dos de los voluntarios murieron antes de ser rechazado el ataque por los republicanos.
Al día siguiente los desanimados hombres de O’Duffy dijeron que iba a volver a lanzar una ofensiva Rita, the singer”. Ante tal declaración de intenciones, los militares nacionales les condenaron al ostracismo. Los irlandesitos se dedicaron a barrer sus posiciones en las trincheras de los cerros de La Marañosa, y a pensar en las musarañas.

De vuelta a Irlanda
El frente del Jarama no es que fuese precisamente Disneylandia. Los brigadistas, que se quejaban del desapacible clima (esto era quejar por quejarse, ¡ni que Irlanda fuese Tenerife precisamente!) y de la comida aceitosa recibieron contrariados la noticia de que el Capitán Gunning (adjunto de O’Duffy) había desertado con los pasaportes y los salarios de sus soldados en el petate, por lo que la moral se vino abajo como la espuma de una Kilkenny.
En abril de 1937, con la bendición de Franco, se anunció la repatriación de todos los voluntarios a Irlanda. A su llegada a Dublín, en junio, desfilaron ante una multitud de curiosos para ser luego recibidos con frialdad en el ayuntamiento capitalino. Poco después la Brigada Irlandesa era definitivamente disuelta.

¿Y qué pasó con O’Duffy?
El impulsor de la Brigada Irlandesa escribió la historia de sus (sic) “cruzados” en el libro Crusade in Spain, (“Cruzada en España”). Para terminar de cubrirse de gloria, en 1943 ofreció a Hitler una división de voluntarios irlandeses para luchar contra el comunismo en el frente ruso. Adolfo pensó que el hombre pasaba demasiado tiempo en los pubs y pasó olímpicamente de él. O’Duffy, que gestionaba mal que le rechazasen, enfermó gravemente, muriendo el 30 de noviembre de 1944 a los cincuenta y dos años de edad.
El gobierno irlandés había destruido todos los archivos sobre la Brigada Irlandesa en 1940.

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