La huella de Leonardo: de la ingeniería a la anatomía
En plena época de conquistas y grandes expediciones, con los
carruajes y navíos como medios de transporte, una mente prodigiosa
soñaba con un mundo que estaba por llegar. Inventos que hoy en día nos
sirven para surcar los cielos, o para sumergirnos en el mar, ya estaban
en la cabeza de
Leonardo da Vinci, (15 de abril de 1452–2 de mayo de 1519),
el hombre del Renacimiento.
Hijo ilegítimo de un noble italiano, desde pequeño se interesó por el
dibujo, que no abandonaría nunca, y al que se sumarían
la filosofía, la arquitectura, la ingeniería, la anatomía, la botánica y todo lo que le despertaba curiosidad.
Domenico Laurenza lleva varios lustros estudiando
las obras del inventor italiano desde un prisma científico y artístico.
“El punto de partida de Leonardo era imitar la naturaleza en una
pintura, una escultura o una máquina”, explica a OpenMind el
historiador, que trabaja en el
Museo Galileo de Florencia (Italia) y ha escrito
varios libros sobre el científico.
El ‘padre’ del helicóptero
A Leonardo siempre
le llamó la atención el vuelo de las aves y le obsesionaba la idea de que el ser humano pudiera llegar a imitarlas,
tal y como plasmó en sus numerosos bocetos. Después de varios años
estudiando las características del aire, el inventor pensó que si este
se prensaba, sería posible que una máquina se suspendiera en él. Así
concibió su
tornillo aéreo, considerado el antepasado del
helicóptero.
Hasta esa fecha, en torno a 1486, según Laurenza “no había ningún
antecesor” del vehículo aéreo que conocemos hoy en día. Tendrían que
pasar cinco siglos para que la idea de Leonardo se hiciera realidad.
Representación del tornillo aéreo en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo da Vinci de Milán. Crédito: A. Nassiri.
Su boceto muestra una máquina formada por un poste central y unos
radios sobre los que se colocaba una estructura helicoidal de hierro y
una cubierta de tela de almidón. Desde la base se haría girar el
mecanismo o bien,
con fuerza humana o con un cable, como una peonza.
Ni el tornillo aéreo ni muchos de sus inventos pudo ponerlos en
práctica por falta de la tecnología necesaria. “Sobre todo carecía de
materiales ligeros para construir la máquina de vuelo [uno de los
precursores del avión]”, apunta el historiador italiano.
Un parapente medieval
Más o menos cuando ideó su tornillo aéreo, Da Vinci dibujó una especie de
paracaídas o parapente
acompañado del siguiente enunciado: “Si a un hombre se le proporciona
un trozo de tela de lino engomada con una longitud de 12 yardas [casi 11
metros] en cada lado y 12 yardas de alto, puede saltar desde cualquier
gran altura sin ninguna lesión”.
En el año 2000,
según BBC News,
el británico Adrian Nicholas se lanzó desde una altura de 3.000 metros
equipado con un parapente similar al ideado por el inventor italiano.
A Leonardo le fascinaba la idea de volar e ideó una especie de parapente, germen de los actuales. Crédito: Voyages Provence.
El valiente voluntario no sufrió ningún daño y su vuelo fue
calificado como “hermoso” por los que pudieron contemplarlo
–curiosamente, desde un helicóptero–. Sin embargo, para evitar
incidentes, Nicholas accionó un segundo paracaídas en torno a los 600
metros de altura.
La escafandra para defender a los venecianos
Leonardo vivió una larga temporada en Venecia, donde trabajó como
ingeniero militar para proteger a la pequeña república ante un posible
ataque naval del Imperio otomano. El inventor florentino dio rienda
suelta a su imaginación e ideó
un sinfín de artilugios de combate, entre los que se encontraba la escafandra.
“En realidad había proyectos anteriores, de otros ingenieros del siglo XV, como Francesco di Giorgio”, puntualiza Laurenza.
Este peculiar traje de buceo estaba formado por una chaqueta de cuero, pantalones y una máscara con cristales para poder ver bajo el agua.
En la chaqueta, una bolsa de cuero con una estructura de hierro
contenía el suministro del aire. Como Leonardo pensaba que el buzo
tendría que permanecer tiempo sumergido, incluso ideó un cubículo para
la orina, tal y como aparece en el
Códice Atlántico, una colección de
doce volúmenes con sus dibujos y escritos.
El estudio de la máquina perfecta
Su pasión por las leyes físicas –que regían en sus proyectos de
ingeniería– repercutió en disciplinas como la fisiología. “De especial
interés para nosotros son
sus contribuciones a la bioingeniería y cómo usó su conocimiento de los principios físicos básicos para arrojar luz sobre la función fisiológica”, asegura
en un reciente artículo John B. West, investigador del departamento de Medicina de la Universidad de California San Diego (Estados Unidos).
Dibujo de Leonardo da Vinci sobre los movimientos realizados por el bíceps (1510). Crédito: Wikimedia Commons
Además de sus aportaciones en el campo de la anatomía, con numerosos dibujos sobre el cuerpo humano, Leonardo
aportó nuevos conocimientos sobre la mecánica de la respiración, incluyendo la acción de las costillas y el diafragma.
También entendió las funciones de los músculos intercostales internos
y externos y estudió cómo circulaba el aire en las vías respiratorias,
sin olvidar el sistema cardiovascular. A fin de cuentas, ¿qué es el
cuerpo humano sino una máquina perfecta?
Por Laura Chaparro