La falta de ambición de los gobiernos nos condena a un devastador cambio climático
A raíz de la presentación de los
compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero el
pasado 1 de octubre, las Naciones Unidas han calculado que la suma de
los mismos nos condena a un calentamiento superior a 2,7ºC, por encima
del 2ºC que marca la ciencia de cara a la cumbre del clima de París, la
COP21, que comienza el próximo 30 de noviembre. El cálculo dista además
de los 3ºC que las organizaciones civiles han obtenido tras cruzar los
compromisos publicados en el portal web habilitado y que supone 3,5 veces el cambio climático experimentado hasta ahora
El tiempo ha dado la razón a las organizaciones que han mantenido que la nueva forma de trabajo de las Naciones Unidas, en la que los propios países deciden cuáles son los compromisos en materia de reducción de gases de efecto invernadero, ha sido un fracaso. Así, la suma de estos compromisos no lograría evitar las peores consecuencias del cambio climático, arrojando un incremento de la temperatura global de 3ºC, una cifra escalofriante, lo que supone una sentencia de muerte para muchas comunidades. Estaríamos hablando de multiplicar 3,5 veces el cambio climático experimentado hasta ahora. Un horizonte temerario e irresponsable cuando consideramos las enormes consecuencias que ya se están sufriendo como grandes huracanes, el deshielo de los glaciares y las coberturas de nieve, el aumento del nivel del mar, episodios de lluvias torrenciales o enormes sequías.
Debemos recordar que, aunque muy optimista, el objetivo de 2ºC fue fijado de acuerdo con criterios científicos. El objetivo era permanecer dentro de un rango de seguridad que evitase el desencadenamiento de efectos de retroalimentación que acelerasen el cambio climático, que incrementará exponencialmente el calentamiento planetario pudiendo llegar a superar incluso los 4ºC. Una perspectiva “absolutamente inmanejable”, en palabras de la responsable de cambio climático de la ONU Christiana Figueres.
Los compromisos presentados para 2030 solo representan el 9% de reducciones respecto a 1990, por lo que se debería producir un incremento exponencial de los compromisos de reducción a 2050. De hecho, aun cuando se acepten las revisiones cada cinco años, estas pueden llegar tarde, ya que, según los datos, en menos de 15 años sobrepasaremos la cantidad de emisiones máximas para mantenernos dentro del margen de seguridad. Cuanto más tardemos en realizar una reducción drástica de las emisiones, más costoso social, ambiental y económicamente será afrontar las consecuencias del actual modelo de producción y consumo.
Sorprende por tanto la tranquilidad de las instituciones internacionales en cuyas declaraciones trasladan un optimismo incomprensible sobre el acuerdo de París, un acuerdo cuya falta de ambición condena, por ejemplo, a la desaparición de muchos estados insulares, a mayores hambrunas en África o a la completa degradación ambiental de una buena parte del sur de Europa. Es inadmisible que las Naciones Unidas no insten a los partes a que sus compromisos sean más ambiciosos y se limiten a aceptar complacientemente las pretensiones de los grandes países industrializados, responsables de la mayor parte de las emisiones, sin subrayar su ineficiencia y hacerles responsables de los efectos que se producirán a corto medio y largo plazo, mientras condenan a los países del Sur al no haber provisto aún fondos suficientes para su adaptación y la transición a un desarrollo sostenible.
Cada vez parece más claro que el acuerdo que salga de París implicará seguir como hasta ahora, dando validez a medidas de maquillaje, como los mercados de carbono o las falsas soluciones que ocultan la falta de acciones y de compromisos en la lucha contra el cambio climático. Será la ciudadanía quien demuestre cuál es el camino a seguir para lograr una auténtica descarbonización de la economía basada en un cambio de sistema más democrático y justo que se ciña a los límites naturales desterrando el paradigma del crecimiento ilimitado. Un modelo de producción y consumo que debe estar basado en una apuesta clara por un horizonte 100% renovable con soluciones clave como la agroecología, una movilidad sostenible y el comercio local de proximidad.
ecologistas en acción
El tiempo ha dado la razón a las organizaciones que han mantenido que la nueva forma de trabajo de las Naciones Unidas, en la que los propios países deciden cuáles son los compromisos en materia de reducción de gases de efecto invernadero, ha sido un fracaso. Así, la suma de estos compromisos no lograría evitar las peores consecuencias del cambio climático, arrojando un incremento de la temperatura global de 3ºC, una cifra escalofriante, lo que supone una sentencia de muerte para muchas comunidades. Estaríamos hablando de multiplicar 3,5 veces el cambio climático experimentado hasta ahora. Un horizonte temerario e irresponsable cuando consideramos las enormes consecuencias que ya se están sufriendo como grandes huracanes, el deshielo de los glaciares y las coberturas de nieve, el aumento del nivel del mar, episodios de lluvias torrenciales o enormes sequías.
Debemos recordar que, aunque muy optimista, el objetivo de 2ºC fue fijado de acuerdo con criterios científicos. El objetivo era permanecer dentro de un rango de seguridad que evitase el desencadenamiento de efectos de retroalimentación que acelerasen el cambio climático, que incrementará exponencialmente el calentamiento planetario pudiendo llegar a superar incluso los 4ºC. Una perspectiva “absolutamente inmanejable”, en palabras de la responsable de cambio climático de la ONU Christiana Figueres.
Los compromisos presentados para 2030 solo representan el 9% de reducciones respecto a 1990, por lo que se debería producir un incremento exponencial de los compromisos de reducción a 2050. De hecho, aun cuando se acepten las revisiones cada cinco años, estas pueden llegar tarde, ya que, según los datos, en menos de 15 años sobrepasaremos la cantidad de emisiones máximas para mantenernos dentro del margen de seguridad. Cuanto más tardemos en realizar una reducción drástica de las emisiones, más costoso social, ambiental y económicamente será afrontar las consecuencias del actual modelo de producción y consumo.
Sorprende por tanto la tranquilidad de las instituciones internacionales en cuyas declaraciones trasladan un optimismo incomprensible sobre el acuerdo de París, un acuerdo cuya falta de ambición condena, por ejemplo, a la desaparición de muchos estados insulares, a mayores hambrunas en África o a la completa degradación ambiental de una buena parte del sur de Europa. Es inadmisible que las Naciones Unidas no insten a los partes a que sus compromisos sean más ambiciosos y se limiten a aceptar complacientemente las pretensiones de los grandes países industrializados, responsables de la mayor parte de las emisiones, sin subrayar su ineficiencia y hacerles responsables de los efectos que se producirán a corto medio y largo plazo, mientras condenan a los países del Sur al no haber provisto aún fondos suficientes para su adaptación y la transición a un desarrollo sostenible.
Cada vez parece más claro que el acuerdo que salga de París implicará seguir como hasta ahora, dando validez a medidas de maquillaje, como los mercados de carbono o las falsas soluciones que ocultan la falta de acciones y de compromisos en la lucha contra el cambio climático. Será la ciudadanía quien demuestre cuál es el camino a seguir para lograr una auténtica descarbonización de la economía basada en un cambio de sistema más democrático y justo que se ciña a los límites naturales desterrando el paradigma del crecimiento ilimitado. Un modelo de producción y consumo que debe estar basado en una apuesta clara por un horizonte 100% renovable con soluciones clave como la agroecología, una movilidad sostenible y el comercio local de proximidad.
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