sábado, 15 de abril de 2017

CULTURA


La huella de Leonardo: de la ingeniería a la anatomía


En plena época de conquistas y grandes expediciones, con los carruajes y navíos como medios de transporte, una mente prodigiosa soñaba con un mundo que estaba por llegar. Inventos que hoy en día nos sirven para surcar los cielos, o para sumergirnos en el mar, ya estaban en la cabeza de Leonardo da Vinci, (15 de abril de 1452–2 de mayo de 1519), el hombre del Renacimiento.
Hijo ilegítimo de un noble italiano, desde pequeño se interesó por el dibujo, que no abandonaría nunca, y al que se sumarían la filosofía, la arquitectura, la ingeniería, la anatomía, la botánica y todo lo que le despertaba curiosidad.
Domenico Laurenza lleva varios lustros estudiando las obras del inventor italiano desde un prisma científico y artístico. “El punto de partida de Leonardo era imitar la naturaleza en una pintura, una escultura o una máquina”, explica a OpenMind el historiador, que trabaja en el Museo Galileo de Florencia (Italia) y ha escrito varios libros sobre el científico.

El ‘padre’ del helicóptero

A Leonardo siempre le llamó la atención el vuelo de las aves y le obsesionaba la idea de que el ser humano pudiera llegar a imitarlas, tal y como plasmó en sus numerosos bocetos. Después de varios años estudiando las características del aire, el inventor pensó que si este se prensaba, sería posible que una máquina se suspendiera en él. Así concibió su tornillo aéreo, considerado el antepasado del helicóptero.
Hasta esa fecha, en torno a 1486, según Laurenza “no había ningún antecesor” del vehículo aéreo que conocemos hoy en día. Tendrían que pasar cinco siglos para que la idea de Leonardo se hiciera realidad.
 Representación del tornillo aéreo en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo da Vinci de Milán. Crédito: A. Nassiri.
Representación del tornillo aéreo en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo da Vinci de Milán. Crédito: A. Nassiri.
Su boceto muestra una máquina formada por un poste central y unos radios sobre los que se colocaba una estructura helicoidal de hierro y una cubierta de tela de almidón. Desde la base se haría girar el mecanismo o bien, con fuerza humana o con un cable, como una peonza.
Ni el tornillo aéreo ni muchos de sus inventos pudo ponerlos en práctica por falta de la tecnología necesaria. “Sobre todo carecía de materiales ligeros para construir la máquina de vuelo [uno de los precursores del avión]”, apunta el historiador italiano.

Un parapente medieval

Más o menos cuando ideó su tornillo aéreo, Da Vinci dibujó una especie de paracaídas o parapente acompañado del siguiente enunciado: “Si a un hombre se le proporciona un trozo de tela de lino engomada con una longitud de 12 yardas [casi 11 metros] en cada lado y 12 yardas de alto, puede saltar desde cualquier gran altura sin ninguna lesión”.
En el año 2000, según BBC News, el británico Adrian Nicholas se lanzó desde una altura de 3.000 metros equipado con un parapente similar al ideado por el inventor italiano.
 A Leonardo le fascinaba la idea de volar e ideó una especie de parapente, germen de los actuales. Crédito: Voyages Provence.
A Leonardo le fascinaba la idea de volar e ideó una especie de parapente, germen de los actuales. Crédito: Voyages Provence.
El valiente voluntario no sufrió ningún daño y su vuelo fue calificado como “hermoso” por los que pudieron contemplarlo –curiosamente, desde un helicóptero–. Sin embargo, para evitar incidentes, Nicholas accionó un segundo paracaídas en torno a los 600 metros de altura.

La escafandra para defender a los venecianos

Leonardo vivió una larga temporada en Venecia, donde trabajó como ingeniero militar para proteger a la pequeña república ante un posible ataque naval del Imperio otomano. El inventor florentino dio rienda suelta a su imaginación e ideó un sinfín de artilugios de combate, entre los que se encontraba la escafandra.
“En realidad había proyectos anteriores, de otros ingenieros del siglo XV, como Francesco di Giorgio”, puntualiza Laurenza. Este peculiar traje de buceo estaba formado por una chaqueta de cuero, pantalones y una máscara con cristales para poder ver bajo el agua.
En la chaqueta, una bolsa de cuero con una estructura de hierro contenía el suministro del aire. Como Leonardo pensaba que el buzo tendría que permanecer tiempo sumergido, incluso ideó un cubículo para la orina, tal y como aparece en el Códice Atlántico, una colección de doce volúmenes con sus dibujos y escritos.

El estudio de la máquina perfecta

Su pasión por las leyes físicas –que regían en sus proyectos de ingeniería– repercutió en disciplinas como la fisiología. “De especial interés para nosotros son sus contribuciones a la bioingeniería y cómo usó su conocimiento de los principios físicos básicos para arrojar luz sobre la función fisiológica”, asegura en un reciente artículo John B. West, investigador del departamento de Medicina de la Universidad de California San Diego (Estados Unidos).
 Dibujo de Leonardo da Vinci sobre los movimientos realizados por el bíceps (1510). Crédito: Wikimedia Commons
Dibujo de Leonardo da Vinci sobre los movimientos realizados por el bíceps (1510). Crédito: Wikimedia Commons
Además de sus aportaciones en el campo de la anatomía, con numerosos dibujos sobre el cuerpo humano, Leonardo aportó nuevos conocimientos sobre la mecánica de la respiración, incluyendo la acción de las costillas y el diafragma.
También entendió las funciones de los músculos intercostales internos y externos y estudió cómo circulaba el aire en las vías respiratorias, sin olvidar el sistema cardiovascular. A fin de cuentas, ¿qué es el cuerpo humano sino una máquina perfecta?
Por Laura Chaparro