Científicas invisibles: el efecto Mathilda
NURIA AZANCOT | 10/02/2017
Hasta hace poco, la historia oficial de la ciencia prefería ignorar la presencia de destacadas investigadoras en un pasado no siempre tan lejano. Poco a poco, gracias a los estudios de género, comenzó a reivindicarse la importancia de Marie Curie, Hipatia de Alejandría, Hildegarda de Bingen o Maria Mitchell, pero son muchas las científicas que aún permanecen ocultas y olvidadas, aunque especialistas como S. García Dauder y Eulalia Pérez Sedeño recuperen ahora algunos nombres en Las ‘mentiras' científicas sobre las mujeres (Catarata).
Las autoras de este apasionante volumen, que describe falsedades científicas sobre las mujeres y las diferencias sexuales y analizan la invisibilidad de las mujeres en la ciencia, entre otras cuestiones, explican que todo se debe al llamado “efecto Mathilda”. En su opinión, la causa de la falta de reconocimiento oficial sería que siempre se atribuye el éxito o descubrimiento al científico de más prestigio en caso de colaboración, y que, a quien no tiene, se le quitará incluso lo poco que tiene.
Los ejemplos -de los que elcultural.es ofrece a continuación sólo una significativa muestra extraída de Las mentiras ‘científicas'... son tan numerosos como sorprendentes.






Frieda Robscheit-Robbins (1888-1973) comenzó a colaborar a los veinticuatro años con el patólogo George Hoyt Whipple , con quien trabajó durante más de treinta años, formando conjuntamente todos las investigaciones. Juntos, pues, descubrieron la cura para la entonces enfermedad mortal de la anemia perniciosa, pero el premio Nobel de Medicina de 1934 por ese hallazgo se lo dieron sólo a él, algo que le avergonzó tan profundamente que repartió el dinero del premio con ella y otras dos colaboradoras.

De izqda. a dcha. Sau Lan Wu, Tatiana Ehrenfest-Afanasyeva, Jocelyn Bell y Bärbel Inhelder
Otras científicas postergadas fueron Sau Lan Wu, que
formó parte del equipo de Samuel Ting que descubrió una partícula
subatómica, por la que Ting (y no ella ni con ella) recibió el Nobel de
Fisica en 1976; Bärbel Inhelder, esencial en el campo
de aprendizaje y la estructura del conocimiento, especialmente en niños y
adolescentes, muchas de cuyas investigaciones fueron realizadas y
publicadas con Jean Piaget aunque hoy la fama de éste la haya opacado; Jocelyn Bell,
quien mientras hacía su tesis doctoral descubrió los pulsares, aunque
el premio Nobel por ese descubrimiento se lo dieron al director de su
tesis en 1974 o Tatiana Ehrenfest-Afanasyeva, cuyos
trabajos sobre los fundamentos de la física estadística se vieron
oscurecidos por haberlos realizados con su esposo, Paul Ehrenfest. La
lista es infinita, tan larga como el olvido que ahora, al fin, comienza a
disiparse.